Muchas veces nos sentimos impotentes por alguna injusticia de parte de tu jefe y no te queda otra que tragarte todo. Hace unos días un juez español sentenció a una empresa a readmitir y pagar una indemnización a un trabajador por decirle ‘hijo de puta’ a su jefe. Por lo visto, el empleado estaba reclamando unas dietas que le correspondían y su superior se negaba a pagárselas.
Este tema derivó en muchas opiniones encontradas, se pone en tela de juicio la credibilidad de la justicia española. Por un lado están los que piensan que la educación, civilización y ética de los españoles es una falacia, sienten verguenza por esta resolución. Y por otro lado, están los que opinan que muchos superiores actúan de manera vejatoria con sus subalternos al ignorarles o darles una palmadita en la espalda.
No creo que los insultos deben ser justificados, y menos en ambientes profesionales, pero, realmente, con la mano en el corazón, ¿cuantos de nosotros no hemos pensado en decirle unas cuantas verdades a algún jefe que abusa de su poder y que juega con nuestro pan de cada día?.
Hay que reconocer que los seres humanos muchas veces no somos coherentes. En el fútbol, permitimos los insultos a los árbitros con nuestros hijos delante de la televisión y luego nos escandalizamos si un alumno le responde mal a un maestro. Quizás deberíamos cuestionarnos cómo se maneja el poder en todos los ámbitos. No obstante pienso que esta sentencia es correcta. Despedir a alguien por decir un ‘garabato’ en un momento de nerviosismo es desproporcionado. Con una sanción, el jefe se hubiese ahorrado un disgusto.
Este tema derivó en muchas opiniones encontradas, se pone en tela de juicio la credibilidad de la justicia española. Por un lado están los que piensan que la educación, civilización y ética de los españoles es una falacia, sienten verguenza por esta resolución. Y por otro lado, están los que opinan que muchos superiores actúan de manera vejatoria con sus subalternos al ignorarles o darles una palmadita en la espalda.
No creo que los insultos deben ser justificados, y menos en ambientes profesionales, pero, realmente, con la mano en el corazón, ¿cuantos de nosotros no hemos pensado en decirle unas cuantas verdades a algún jefe que abusa de su poder y que juega con nuestro pan de cada día?.
Hay que reconocer que los seres humanos muchas veces no somos coherentes. En el fútbol, permitimos los insultos a los árbitros con nuestros hijos delante de la televisión y luego nos escandalizamos si un alumno le responde mal a un maestro. Quizás deberíamos cuestionarnos cómo se maneja el poder en todos los ámbitos. No obstante pienso que esta sentencia es correcta. Despedir a alguien por decir un ‘garabato’ en un momento de nerviosismo es desproporcionado. Con una sanción, el jefe se hubiese ahorrado un disgusto.