domingo, 27 de septiembre de 2009

¿DE QUÉ NOS ALARMAMOS?


Muchas veces nos sentimos impotentes por alguna injusticia de parte de tu jefe y no te queda otra que tragarte todo. Hace unos días un juez español sentenció a una empresa a readmitir y pagar una indemnización a un trabajador por decirle ‘hijo de puta’ a su jefe. Por lo visto, el empleado estaba reclamando unas dietas que le correspondían y su superior se negaba a pagárselas.

Este tema derivó en muchas opiniones encontradas, se pone en tela de juicio la credibilidad de la justicia española. Por un lado están los que piensan que la educación, civilización y ética de los españoles es una falacia, sienten verguenza por esta resolución. Y por otro lado, están los que opinan que muchos superiores actúan de manera vejatoria con sus subalternos al ignorarles o darles una palmadita en la espalda.

No creo que los insultos deben ser justificados, y menos en ambientes profesionales, pero, realmente, con la mano en el corazón, ¿cuantos de nosotros no hemos pensado en decirle unas cuantas verdades a algún jefe que abusa de su poder y que juega con nuestro pan de cada día?.

Hay que reconocer que los seres humanos muchas veces no somos coherentes. En el fútbol, permitimos los insultos a los árbitros con nuestros hijos delante de la televisión y luego nos escandalizamos si un alumno le responde mal a un maestro. Quizás deberíamos cuestionarnos cómo se maneja el poder en todos los ámbitos. No obstante pienso que esta sentencia es correcta. Despedir a alguien por decir un ‘garabato’ en un momento de nerviosismo es desproporcionado. Con una sanción, el jefe se hubiese ahorrado un disgusto.

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